De algún modo, siento a Benito Expósito Expósito, el pequeño protagonista de mi novela Mi planeta de chocolate, como un hijo literario. Ese pequeño al que la vida hizo grande, al que quiero como una parte mía y del que estoy convencido que aún le quedan muchas alegrías por dar. Por eso hoy, desde su capítulo Entre votos y devotos, os cuento un poquito de él:
Benito fue mal estudiante. Listo
sí, más listo que el hambre; pero buen estudiante… ¡nunca! Si hubiese hincado
los codos tanto como las rodillas, alcanzaría a saber que los números primos no
forman una familia. Si hubiera repasado los apuntes en vez de adiestrar su mano
derecha para corregir el "defecto" de
ser zurdo, comprendería que Santiago Ramón y Cajal no se refiere a tres
personas distintas. El ateísmo no responde a
ningún movimiento de los seguidores de su amigo Teo. Catetos son los
lados que forman ángulo recto en un triángulo rectángulo, además de los
lugareños que asegura el tendero. Si definió a Dios como impotente fue por
error; en verdad quiso decir omnipotente. Y que no se le ocurra ninguna
respuesta para tantas preguntas, no significa nada; pudiendo luego dar una
buena, ¿por qué conformarse ahora con una mediana?
Cierto es que si los
Apóstoles fuesen unos ignorantes jamás habrían escrito sus cartas a los
corintios. Ahora bien, ¿acaso algún corintio les respondió? Además, habiendo
lenguas muertas, ¿para qué las vamos a resucitar?
Sin sabiduría nadie va a ninguna parte.